Internet, es hoy en día, una suerte de mega archivo internacional, con una capacidad a veces sobredimensionada y otras sobrestimada, pero sí que es un dispositivo técnico con la potencialidad de archivar o guardar una suerte de pedazo de lo que nos identifica como humanos:
“en el acceso masivo, cada dato registrado se activa en el instante en que sus limitadas relaciones conceptuales se concretan en la improbable conexión conceptual que se realiza en una búsqueda o quizá en un encuentro no intencional. No hay sistema en la era del acceso ilimitado: los sistemas son tan pasajeros como las reverberaciones de la luz en una red, como ocurre en los cuadros de Manuel Rivera, cuyas sombras responden instantáneamente al movimiento del observador convirtiéndose así en un cuadro adosado a la mirada. Las redes no tienen estructura ordenada de relevancia, tan esencial en un archivo del viejo tiempo. El dato se recoloca en una nueva red semántica en cada conexión. Es cierto que, como ocurre en las redes neuronales, las múltiples repeticiones crean estabilizaciones temporales que podrían ser consideradas como cuasi-conceptos a su modo. Es cierto también que las derivas tienen una observable dependencia de las intenciones de los recolectores de datos. Pero estas dos características no hacen sino subrayar la contingencia semántica y epistémica de los registros y su labilidad como sustentos de políticas de la memoria” (Broncano, 2013).
Para Broncano, el archivo digital, la red, guarda una potencialidad enorme a la hora de reconfigurar los conceptos que se han visto hasta ahora, toda la crítica que Azoulay realiza a Derrida a través de la figura del centinela del archivo parece aquí difuminarse gracias a las ventajas del archivo digital a-sistemático, que parece crear conceptos temporales, asociaciones contingentes de ideas que no generan jerarquías rígidas como las de las viejas instituciones modernas.
Salvando las posibles críticas que en los últimos años se le han podido hacer a muchos de los usos de las redes sociales a la hora de cumplir con estas expectativas, la base material y potencial de dicha forma de organización de un archivo digital sigue existiendo y nos permite pensar en otras formas de relacionarnos con el dispositivo del archivo, el pasado y las expectativas del futuro.
Anna María Guasch en su libro Arte y Archivo: 1920-2010, analiza los 90 años de relación estrecha entre el arte y el dispositivo de archivo, pasando por todos los teóricos que han dicho algo a ese respecto como Walter Benjamin o Michel Foucault. A la hora de hablar del archivo digital se alinea con la tesis de Fernando Broncano, también entiende que la cultura digital tiene el potencial de cambiar de manera drástica la forma en la que entendemos el archivo y por ende la forma en la que nos relacionamos con nuestro pasado histórico y con nuestras expectativas de futuro.
“La constante del archivo corre pareja al debate reciente sobre la historia/memoria como una manera no solo de cuestionar las nociones de pasado sino, como señala Andreas Huyssen, de constatar una crisis fundamental en la manera de imaginar futuros alternativos. Según Huyssen, el precio pagado por uno de los impulsos más activos de la modernidad, el progreso, fue la destrucción de los modos de vida del pasado (no había liberación sin autentica destrucción), y la destrucción del pasado llevó al olvido. Es ante esta hipertrofia de la memoria heredada de la modernidad como Huyssen reivindica la memoria (y el olvido), pero en ningún caso como un lamento o un acto melancólico, sino como una manera de activar asuntos culturales, políticos y sociales de una magnitud global” (Guasch, 2011).