olvidar, una reflexión sobre el archivo

 Enamorarse consiste en permitir que otro te meta en su cabeza, y que ahí, atrapado tú ya para siempre en sus sueños, a su antojo haga contigo lo que quiera; 

a partir de ese instante serás un archivo móvil dentro de su cuerpo. 

La gente habla mucho de archivos, de información que vamos registrando y que por escrito o verbalmente trasmitiremos a quienes nos sucederán en el tiempo, pero qué decir de lo olvidado. 

No existe archivo que pueda almacenar el olvido, y no porque lo olvidado no pueda regresar y ser recordado, sino porque el olvido es tan grande que su mundo supera en varios dígitos al nuestro. 

Estamos hechos de una gigantesca pérdida de objetos y personas, lo que equivale a decir de pérdida de memoria, que no obstante nos constituye. 

Así que cuando trasmitimos información también trasmitimos todos esos mundos olvidados, aunque lo hagamos de un modo que aún no comprendemos del todo. Ese olvido soy yo introducido en la cabeza de los demás, mi vida ahí dentro encerrada, 

la parte de mí sólo accesible a quien en forma de experiencia amorosa me tiene en su cerebro, aunque esa persona -lo sé- ya me haya olvidado para siempre.  

(Amor olvido) – Agustín Fernández Mallo  

Olvidamos, olvidamos muchas cosas…  

Cuando salgo de fiesta y me emborracho, al día siguiente he olvidado gran parte de la noche. Esa mañana, repleto de culpabilidad fantasma, entro en mi galería de fotos y el móvil está lleno de fragmentos de la noche.   

Pequeñas muestras sacadas con precisión científica de lo que pudo ser una imagen no muy acertada de ese momento de comunión social que es el ocio nocturno occidental en el siglo XXI.   

 

Todas las mañanas de resaca una culpa incierta me asalta al mirar ese archivo digital formado por pequeñas piezas móviles del ayer que ya no significan nada, pues son todas iguales, pero que a la vez resultan ser el total de la noche que llegaré a recordar, una vez los pequeños recuerdos reales me hayan abandonado y solo quede en mi cabeza la repetición de esas imágenes en la mañana siguiente.  

 

 El archivo, se compone de olvidos tanto como de los fragmentos del recuerdo del pasado, siempre inconexos, que conforman su ser material. También se compone de la confianza en un futuro de consulta del mismo. El archivo vive de la idea de que efectivamente existirá un futuro en el que podremos mirar ese archivo para entender nuestro actual presente en el que archivamos.   

 

El modelo de archivo que más me interesa es la galería del teléfono móvil, el archivo de nuestras publicaciones en Instagram, las fotografías de Facebook, los tweets antiguos… Son archivos de identidad individual, social en un sentido restringido.   

 

Creamos poco a poco nuestras identidades privadas, pasamos al día siguiente las fotos de la fiesta, de la comida, del paseo, los otros las suben a sus redes y se comparte el archivo (aquel que estamos dispuestos a enseñar).   

 

Hay un archivo totalmente privado y otros solo compartido con un círculo íntimo. Hay imágenes de nuestro propio cuerpo, hay memes, capturas de pantalla, fotos bonitas y fotos del día a día. Desearía poder ver y comprender todos esos archivos.   

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Archivo, identidad y memoria  

Fernando Broncano en su artículo El tiempo perdido de/en los archivos describe como el archivo es un dispositivo generador de identidades, un dispositivo en el que se forjan también los fetiches y elementos que muchas veces sirven de núcleo simbólico de las sociedades:   

 

“El aura del documento adquiere en esta economía la fuerza legitimadora de lo auténtico que preserva la identidad. Pues la cultura y memoria de archivo pertenecen esencialmente a una cultura de identidad. Se archivan, preservan y recuerdan registros de un tiempo pasado que adquieren calidad de evidencia debido a su pretensión de autenticidad.   

Se convierten de este modo en el soporte jurídico y epistemológico de una trayectoria singular de la que se cuida la narrativa histórica respaldada por la objetividad que confiere la autenticidad del documento. El aura del documento archivado contribuye a legitimar la narrativa que, de este modo, se convierte en soporte de un reclamo de identidad. Corresponde a la Historia, como disciplina especializada en la división social del trabajo cognitivo, el ser garante y registrador de la propiedad de esta singularidad como reserva normativa de la comunidad” (Broncano, 2013).   

 

 El archivo aparece aquí, como una suerte de dispositivo mediador que enlaza la memoria, refuerza su condición eminentemente fragmentaria mediante la posibilidad de sostener mediante la técnica del archivado una idea de identidad, de similitud de lo común.   

Ariella Azoulay explica esa condición común del archivo, ella reivindica entender el archivo como un lugar donde se guarda lo común más que como un museo de un pasado estanco, un lugar en movimiento que vertebra el sentimiento de lo social, la identidad de un grupo a través de los objetos, de los documentos, de aquello que nos une.

Internet, es hoy en día, una suerte de mega archivo internacional, con una capacidad a veces sobredimensionada y otras sobrestimada, pero sí que es un dispositivo técnico con la potencialidad de archivar o guardar una suerte de pedazo de lo que nos identifica como humanos:  

 

“en el acceso masivo, cada dato registrado se activa en el instante en que sus limitadas relaciones conceptuales se concretan en la improbable conexión conceptual que se realiza en una búsqueda o quizá en un encuentro no intencional. No hay sistema en la era del acceso ilimitado: los sistemas son tan pasajeros como las reverberaciones de la luz en una red, como ocurre en los cuadros de Manuel Rivera, cuyas sombras responden instantáneamente al movimiento del observador convirtiéndose así en un cuadro adosado a la mirada. Las redes no tienen estructura ordenada de relevancia, tan esencial en un archivo del viejo tiempo. El dato se recoloca en una nueva red semántica en cada conexión. Es cierto que, como ocurre en las redes neuronales, las múltiples repeticiones crean estabilizaciones temporales que podrían ser consideradas como cuasi-conceptos a su modo. Es cierto también que las derivas tienen una observable dependencia de las intenciones de los recolectores de datos. Pero estas dos características no hacen sino subrayar la contingencia semántica y epistémica de los registros y su labilidad como sustentos de políticas de la memoria” (Broncano, 2013). 

  

 

Para Broncano, el archivo digital, la red, guarda una potencialidad enorme a la hora de reconfigurar los conceptos que se han visto hasta ahora, toda la crítica que Azoulay realiza a Derrida a través de la figura del centinela del archivo parece aquí difuminarse gracias a las ventajas del archivo digital a-sistemático, que parece crear conceptos temporales, asociaciones contingentes de ideas que no generan jerarquías rígidas como las de las viejas instituciones modernas.

 

Salvando las posibles críticas que en los últimos años se le han podido hacer a muchos de los usos de las redes sociales a la hora de cumplir con estas expectativas, la base material y potencial de dicha forma de organización de un archivo digital sigue existiendo y nos permite pensar en otras formas de relacionarnos con el dispositivo del archivo, el pasado y las expectativas del futuro.   

 

 

Anna María Guasch en su libro Arte y Archivo: 1920-2010, analiza los 90 años de relación estrecha entre el arte y el dispositivo de archivo, pasando por todos los teóricos que han dicho algo a ese respecto como Walter Benjamin o Michel Foucault. A la hora de hablar del archivo digital se alinea con la tesis de Fernando Broncano, también entiende que la cultura digital tiene el potencial de cambiar de manera drástica la forma en la que entendemos el archivo y por ende la forma en la que nos relacionamos con nuestro pasado histórico y con nuestras expectativas de futuro.     

 

 

“La constante del archivo corre pareja al debate reciente sobre la historia/memoria como una manera no solo de cuestionar las nociones de pasado sino, como señala Andreas Huyssen, de constatar una crisis fundamental en la manera de imaginar futuros alternativos. Según Huyssen, el precio pagado por uno de los impulsos más activos de la modernidad, el progreso, fue la destrucción de los modos de vida del pasado (no había liberación sin autentica destrucción), y la destrucción del pasado llevó al olvido. Es ante esta hipertrofia de la memoria heredada de la modernidad como Huyssen reivindica la memoria (y el olvido), pero en ningún caso como un lamento o un acto melancólico, sino como una manera de activar asuntos culturales, políticos y sociales de una magnitud global” (Guasch, 2011).    


Guasch resume las ideas claves expuestas hasta ahora y apoya la tesis principal de la posibilidad de encontrar en una forma determinada del dispositivo de archivo una nueva comprensión de la temporalidad que nos atraviesa, que escape de alguna forma de un futuro cancelado en el capitalismo post-fordista y de una nostalgia plana que trate de regresar a un estado previo, a todas luces tarea o imposible o catastrófica.     

“Nada es tan deconstructivo como los archivos en sí mismos, con su relacional y no coherente topología de documentos que esperan ser reconfigurados. Unos archivos que asumen el concepto foucaultiano de la arqueología entendida como momento y genealogía, y concebida como un proceso, es decir, como una suma de discontinuidades, fisuras, disrupciones, ausencias, silencios y rupturas en oposición al discurso histórico que reafirma la noción de continuidad” (Guasch, 2011).   

El problema del Olvido

Georges Didi-Huberman escribe al final de su libro Desear Desobedecer la necesidad de rescatar del tiempo aquello que está vivo, de los restos de la historia, de los desechos del archivo.    

 

“Parece hoy que el sustrato del tiempo no está hecho más que de cenizas. Parece que el mundo no acaba de acabar” (Didi-Huberman, 2020).  

Didi-Huberman hace un alegato a favor del archivo como dispositivo clave para la recuperación de lo vivo en la memoria del daño, de forma que podamos rescatar mediante la memoria una nueva forma de imaginar la vida, una potencialidad que no esté anquilosada por las mecánicas de la nostalgia plana que se ancla al pasado como un tótem completo y unitario.  

 

Tal vez sea útil rescatar las últimas recomendaciones de Huberman y pensar en el archivo como un dispositivo ecológico. Como una planta de reciclaje de la memoria, en la que se rescate lo orgánico y con ello se creen nuevas potencialidades, proyectos de futuro que no se vean lastrados por una nostalgia que los convierta en acto antes de nacer, sino en verdaderas proyecciones, aperturas a la posibilidad de un mundo otro, de otra forma de habitar el mundo, consciente de su propia apertura y precariedad.   

“Benjamin sabía bien que siempre, en alguna parte, aunque sea sepultado o rechazado, queda un resto vivo. Es un ejercicio vano postular tablas rasas cuando reinan la catástrofe y la ceniza. Es más importante inventar nuevas artes de acomodar los restos para extraer de ellos mil cosas inesperadas, nuevas, impuras. La historia no produce tablas rasas más que desde el punto de vista de los vencedores. Sin embargo, si se las sabe mirar, las destrucciones en la historia dejan siempre vestigios o huellas, ya sean materiales o espirituales. ¿Marchamos, quizás, por un paisaje de cenizas y nos sentimos incapaces de reconstruir algo a partir de esa “nada” desesperante? Pues bien, comencemos por excavar en el punto mismo en el que estamos: excavar la ceniza” (Didi-Huberman, 2020).   

Y no solamente rescatar, sino reutilizar, reciclar: la ceniza como posibilidad de reconfigurar el archivo del futuro. Echar el ancla. El pasado no es la inmensidad del océano, del agua, que podría ser un presente que se nos escapa e imposibilita, el pasado debería ser la posibilidad de arar con un ancla el suelo profundo bajo la inmensidad oceánica. Un espacio para rebajar la velocidad y mirar el sustrato, aquello que subyace tras lo que somos ahora mismo.

   

Aquello que heredamos a menudo no es ni nombrable ni aprehensible de una vez por todas, ¿Por qué? Porque heredamos tanto olvidos –y cuán numerosos- como recuerdos. A menudo no sabemos quiénes fueron nuestros donantes ni de qué están hechos nuestros tesoros. ¿Cómo, en estas condiciones, ser herederos de corajes del pasado?   

La pregunta de Huberman es irresoluble, pero muy rica a la hora de pensar como articular un deseo hacia el futuro que recoja los corajes y las luchas del pasado, aun sin ser totalmente consciente de todo lo que engloba, pues siempre con un recuerdo que traemos al presente, llegan un montón de olvidos escondidos, una nada que se intuye y que nos obliga a pensar en las voces de todes aquelles que no han podido llegar. Todas las voces calladas de la historia. El olvido nos impide de esa forma acceder directamente al recuerdo y articular el futuro, es el enigma en la cuestión de cómo tratar a la tradición y con ella poder recuperar un deseo de futuro.  


 La galería de fotografías del móvil es una planta de reciclaje. La diferencia entre archivo y basura es muy difícil de establecer, obras como la del artista Dieter Roth, en la que la acumulación de los materiales que pasan por las manos de un artista acaba componiendo una instalación archivística, nos ponen frente al espejo de la pregunta. ¿Hasta dónde llega un archivo? ¿Es la basura archivo de la actividad humana?   La galería de fotos del teléfono móvil es una gigantesca planta de reciclaje, el archivo de lo mostrable está en la nube, subimos un pequeño acceso a todas las imágenes que producimos. El regreso por las mañanas a la galería de fotos no es un acto de melancolía por el tiempo perdido (No solamente) sino es un acto de reciclaje de imágenes.   


Entre el ruido y la información (Como señala Hito Steyerl) buscamos aquellas combinaciones que nos dan oportunidades de reciclaje de las imágenes. Subimos a las redes aquellos pedazos rescatados que nos otorgan algo y a los que nosotros otorgamos una vida más larga que la de descansar en el fondo de la memoria de nuestros dispositivos, fotografías que muchas veces se pierden, se van para siempre cuando el móvil se pierde, nos lo roban o se estropea. O quedan ahí a la espera de que algún día las subamos a Google drive o las pasemos al ordenador.    


La sensación que sentimos cuando accedemos a estos pedazos la mañana después del exceso, es una mezcla entre la alegría perdida en la memoria, los olvidos que no podremos recuperar, la brecha entre lo olvidado y lo recordado y la posibilidad de rescatar algo de valor. Es la culpa del reciclaje de la memoria, la posibilidad de darle otra vida a la imagen que yace muerta ya en nuestro teléfono. Hay muchas cosas en esas galerías que nunca mostraremos. Muchas capturas de pantalla o memes, que se quedaran esperando la posibilidad o que nacieron para ser secretos. La carpeta de fotos del móvil es un cementerio digital que nos enseña las costuras de nuestra política cultural. El archivo como concepto de filosofía del arte, debe abrazar sus versiones oscuras: el cementerio, la planta de reciclaje, el basurero; para poder articular los sentimientos y deseos de futuro mejor que Didi Huberman nos propone.    

Alfredo Suárez @alfsuarez96