...entonces Dios se hizo mono

¿Quién soy yo para hablar sobre arte?

¡Qué osadía! No seré yo ese tipo de críticx sin criterio, que analiza cuadros con un halo de dogmatismo estético inundando sus palabras. 

Aunque quizá todxs en un momento de nuestras vidas hemos sido ese tipo de criticx, y más hoy en día con la rigurosa libertad de opinión que ofrece Twitter.

No sé muy bien por qué estoy divagando sobre la democratización de la opinión pública. Pero coincido con el filósofo Rüdiger Safranski al hacerse eco de la simultaneidad con la que vivimos experiencias online, a una velocidad vertiginosa, compartiendo experiencias casi al segundo. Porque no nos engañemos, Internet comparte experiencias, no información. 

Ah bien, ¡esto es la introducción que necesitaba para enmarcar el contexto sobre lo que ocurrió aquel verano de 2012! Habrá quien lo vea demasiado lejano, quien lo recuerde con gran viveza, o quién ni tan siquiera estuviera concebidx… 

Pero por aquel entonces yo era un verdadero niñato enganchado a esas apps móviles que proliferaban con una tiranía inaudita. Yo pertenecía a esa generación que no sé cómo la llama exactamente lxs entendidxs en generaciones, pero dejémoslos en lxs nacidxs en los 90’. Todxs nosotrxs vivimos la expansión de la tecnología móvil y estábamos luchando por dejar el ordenador de sobremesa para embarcarnos en la aventura del 3G.

Recuerdo algunos de los hashtags más compartidos ese verano en mencionada app que ofrece rigurosa libertad de opinión: #eccemono #ceciliagimenez #borja.

Os podría contar la historia larga sobre lo que ocurrió en aquel remoto pueblo de la provincia de Zaragoza (España). Pero creo que para eso ya existe Google. A decir verdad, Google también existía en ese momento, e imaginaos el revuelo que causaron esos hashtags, que tan solo con teclear esas palabras en el buscador, podías encontrar multitud de noticias al respecto. ¡Salió hasta en la BBC, ese apoteósico gigante comunicativo británico!

Bueno, es que esta historia ocupó minutos de informativos televisivos también. Y por aquel entonces aparecer en el telediario era por algo de gran relevancia. No sé si esto es del todo cierto, pero el suceso tuvo su importancia, sobre todo en el mundo online.

Estamos hablando de una historia que lo mismo que vino se fue (como tantas otras nacidas en la red), una historia que ahora cumple diez años, con una protagonista octogenaria convertida en icono (por lo menos para mí), Cecilia Giménez. La artífice de una restauración artística que se convirtió en una obra de arte con MAYÚSCULAS.

Una mujer convertida en referente pictórico contemporáneo, creando un movimiento artístico, ¡ríete tú de Abramović!

Y es que, ¿qué se podría decir del fresco original? Era una representación convencional de un Cristo Ecce Homo (icono social, histórico y religioso). Tan popular en la iconofilia macabra de occidente tras la Reforma Protestante del s. XVI y la separación entre las dos Iglesias. Esa época en la que casi la totalidad artística era sacra y servía como instrumento de adoctrinamiento, pero siempre recreando el sufrimiento y la penitencia.

Por eso no es de extrañar que el legado pictórico español esté cargado de este tipo de imágenes, por eso no es de extrañar que existiera una así en la iglesia del remoto pueblo de la provincia de Zaragoza, y por eso no es de extrañar que Cecilia decidiera darle un toque más amable. Porque tiene que ser muy pesado ser el hijo de Dios y que te pinten siempre con la cruz a cuestas, literalmente una cruz.

Cecilia en su empeño por rejuvenecer la cara de Cristo y sanear la pieza (ya que no estaba muy bien conservada que se diga), dio como resultado lo que podría considerarse una pintura expresionista con más parecido a un primate que a Jesucristo, de ahí el famoso hashtag. Lo que calificaron lxs entendidxs de grave error (a lo que yo le añadiría el apellido de ‘’brillante’’), un atentado contra el arte. Pero vaya, lo mismo pasó en su día con el graffiti, esos trazos mal hechos a todo correr en las calles de Nueva York, que se han convertido en iconos de toda una generación y han encumbrado a artistas como Basquiat o Keith Haring. Pintar lo nuevo encima de lo viejo. ¿Están acaso estas acciones justificadas? ¿Es realmente arte?

Pero, ¿quiénes somos nosotrxs para juzgar lo que es arte y lo que no?, y más aún, ¿quiénes somos nosotrxs para juzgar la misión que Dios le había encomendado a Cecilia? Pues somos personas movidas por la rigurosa libertad de opinión que ofrece Twitter, y todxs esxs internautas sedientxs de ganas de opinar posicionaron la obra como lo que realmente es, una obra de arte con MAYÚSCULAS.

Cecilia había creado arte del arte (¿meta-arte?), y lxs más ingeniosxs habitantes de la red se apresuraron en idear representaciones humorísticas para competir sobre quien proponía la mejor versión. Aquellos inicios de los memes, qué nostalgia… La génesis de lo que hoy conocemos como arte digital, NFT’s, bla bla bla…

Un fresco que traspasó el formato físico para convertirse en una obra de arte viva y colaborativa. Cecilia ha conseguido traspasar la cuarta pared de André Antonie, ha creado la quinta y la sexta… consiguió colgar su obra en el móvil de cada persona que ese verano de hace 10 años admiraba la cantidad de memes que circulaban en la red sobre al famoso fresco. Y lo más difícil de todo, consiguió emocionar, escandalizar, así como proyectar una sonrisa en la cara de sus espectadorxs. ¿Qué es el arte sino emoción? ¿Qué es el arte sino provocación? ¿Qué es el arte sino sentimiento?

Una nueva forma de arte, los inicios de la ‘’Generación Meme’’, con un fuerte discurso de reivindicación, humor, sátira, indignación y reflexión sobre lo efímero y lo rápido que se mueve todo en la red. Un movimiento que se establece sobre la crítica y es generador de contenido, un Jesús convertido en intervención ‘’warholiana’’, un error convertido en un éxito de ganancias.

Sin desmerecer a Miguel Ángel y las largas colas que se forman para visitar la Capilla Sixtina… pero las visitas a Borja se han incrementado estratosféricamente, quizá por mera curiosidad (no lo niego), pero gracias a Twitter ha nacido una estrella. Ya lo predijo Warhol: todo el mundo tendría sus 15 minutos de fama; y si él pudo lograr vender una lata de sopa de tomate (literalmente esos cuadros estaban hasta en la sopa), que no iba a hacer la magia marketiniana de Internet.

Yo, personalmente, soy de ese grupo de entusiastas, que creen que lxs hijxs (que nunca tendré) estudiaran la obra de Cecilia en sus libros de historia, al igual que se hace con Picasso, Velázquez o Dalí. Y quizá así (sin ser criticxs) puedan comprender que para hacer arte en MAYÚSCULAS no hay que saber pintar, que los formatos han cambiado, que se puede hacer arte del arte, y que la inspiración en lo viejo lo mata y da paso a lo nuevo. Con esto no quiero decir que tengamos la libertad de pintar la Gran Muralla China y automáticamente se convierta en arte, pero sí que quiero que Cecilia desde su residencia de ancianos pueda ver con orgullo y satisfacción la artista en la que se ha convertido. Como sentenciaba Álex De la Iglesia en su cuenta de la mencionada app que ofrece rigurosa libertad de opinión: ‘’un icono de nuestra forma de ver el mundo’’.

Porque en esta época que nos ha tocado vivir en la que el arte se valora por los miles de dólares que cuesta la obra, en vez de por lo que expresa; en esta época en la que solo vales lo que pagan por ti en Christie’s o en Sotheby’s; hay que valorar el arte desde el significado más profundo de ello. Quizá a la próxima generación le toque vivir otra época en la que arte se vea desde otro prisma, quien sabe. Como le escuché decir a Fran Lebowitz: ‘’cada generación solo es capaz de comprenderse a sí misma, pero no va a entender la anterior ni la posterior’’. Y es que Cecilia le ha regalado a nuestra generación, pero también a la historia del arte español una obra fascinante, de la forma más humana y humilde posible.

Desde la más absoluta inocencia, desde la pasión por su pequeña iglesia, desde ese sentimiento interno que ha inspirado a tantxs otrxs artistas a través de los siglos. Una inspiración divina que les ha llevado a coger un pincel y pintar cuadros majestuosos. ¿No es quizá el ‘’Ecce Mono’’ uno de ellos?

No sé si nuestra generación (la anterior y la posterior) están preparada para acoger esta conversación, pero yo, desde el crítico sin criterio que llevo dentro, digo sí, porque el arte no se hace ni en MAYÚSCULAS ni en minúsculas, se hace desde el corazón…

… como Dios manda.

Edrien Guillermo @edrienguillermo