la ilusión de la masculinidad deconstruida

Es evidente que en los últimos años se ha producido una explosión y reconversión sin precedentes en la concepción del hombre. En tan solo veinte años hemos pasado de la masculinidad tradicional hasta el actual hombre deconstruido, pasando por la metrosexualidad de finales de los años noventa, la urbesexualidad, la depornsexualidad o el hombre hipster.

Tenemos que remontarnos cerca de mil años para encontrar el origen de la masculinidad hegemónica, todavía presente en la actualidad. Es en la Grecia clásica cuando por primera vez el ideal de masculinidad se asocia a las cualidades físicas de los varones, solo hace falta echar un vistazo a las imponentes estatuas de Doríforo, Kuros o Apolo; hombres musculosos que exhiben su poder y valor en forma de cuerpos perfectos y posturas olímpicas.

No fue hasta principios del siglo XX cuando se produce la primera grieta. Sectores marginados de la sociedad como los homosexuales, lejos de renegar y ocultar su identidad, la reclamaban y presumían de ella. El doctor francés Louis Martineau lo relataba así: “Desde mis conferencias en París sobre este tema, las deformaciones anales causadas por este acto antinatural se han vuelto más y más numerosas por desgracia, demostrando que los actos lascivos van en aumento en estas fechas […] Safismo y sodomía están creciendo a un grado no conocido antes y ahora de forma pública”. En contraposición, autores como Oscar Wilde o Walter Pater rescataban mitos clásicos como los de Dionisio o Narciso como forma de denuncia ante esta necesidad de reestructurar un modelo de masculinidad obsoleto ya en aquel momento.

De forma paralela, mujeres como Lucretia Mott, Lucy Stone o Susan B. Anthony comenzaron a luchar por sus propios derechos e iniciaron la lucha sufragista en un intento por eliminar las diferencias entre hombres y mujeres. Las mujeres como colectivo eran una mayor amenaza que los homosexuales por tener una posición legítima dentro del sistema, haciendo tambalear el concepto de la masculinidad desde dentro.

Este conato de reconversión se vió truncado por la llegada de la primera y la segunda guerra mundial. En este momento, la masculinidad canónica se vió reforzada y no solo relacionada a los atributos físicos, si no también a conceptos como el honor, la agresividad, el poder, la fuerza, la patria y la indudable heterosexualidad. Tras el final de las dos guerras mundiales y con la llegada del fascismo en gran parte de Europa, la masculinidad tradicional es llevada al extremo, teniendo además de las características ya mencionadas, rasgos fascistas.

Tras décadas de estatismo, de nuevo, el movimiento feminista encabezado por la filósofa y activista Simone de Beauvoir, criticaba la vuelta de la mujer fascista al hogar, luchando para que las mujeres ocuparan los mismos espacios que los hombres y cuestionando de nuevo las bases que fundamentaban la masculinidad hegemónica. 

Manifestación feminista en la Plaza de la Bastilla, París, 1934. Credit: Musée de la femme

Sin embargo, no fue hasta 1969 cuando se produce el punto de inflexión. La madrugada del 28 de junio de 1969 se realizó una redada policial en el bar neoyorquino Stonewall Inc, frecuentado por homosexuales, lesbianas, transexuales y drag queens. La brutalidad con la que los policías atacaron aquella noche y el descontento de décadas de represión y violencia produjeron que un grupo de mujeres transexuales y drag queens, encabezadas por Marsha P. Jonhson y Sylvia Rivera, iniciaran de forma espontánea revueltas y manifestaciones violentas que duraron más de dos días. Todo ello dio lugar a la formación de organizaciones LGTB y a la celebración que conocemos en la actualidad como el Orgullo LGTBIQ+. 

Este acontecimiento no solo fue un antes y un después para la comunidad queer que por primera vez comenzaba a luchar por sus derechos de forma organizada, si no también para el concepto de hombre. Es el primer triunfo social de un grupo minoritario de hombres que reivindicaba su propia masculinidad, muy alejada de la concepción tradicional. 

Silvya Rivera y Marsha P. Jhonson en la marcha por la liberación queer el 24 de junio de 1973. Credit: Leonard Fink. 

Personajes como David Bowie y su rostro maquillado en el videoclip Life on Mars, Kurt Cobain y su desesperado espíritu juvenil y diseñadores como Jean Paul Gaultier y su representación en las pasarelas de la dicotomía entre lo femenino y lo masculino, alimentaron una paulatina caída de la masculinidad tradicional que se hacía evidente en la década de los noventa. “Siempre me ha desagradado ser un hombre… incluso la expresión ¡Sé un hombre! Me agrede como algo insultante, injurioso. Quiere decir: sé idiota, insensible, obediente y soldadesco y deja de pensar. La masculinidad, una mentira odiosa y castradora… que es por su propia naturaleza destructiva, emocionalmente perjudicial y socialmente dañina.”, escribía el escritor estadounidense Paul Thereoux en 1994.

Jean Paul Gaultier Spring Summer 1994 Ready – to – wear collection. Credit: Condé Nast Archive. 

La moda, reflejo fiel de los cambios sociales, confirmaba este fenómeno. En este momento, firmas como Calvin Klein, Donna Karan o Ralph Lauren conseguían grandes éxitos comerciales al vender un estilo de vida que mostraba unas masculinidades muy alejadas de lo tradicional, y diseñadores como Tom Ford – creador junto a Carine Roitfeld y Mario Testino del conocido como porno chic – transformaban completamente el modelo de hombre desde Gucci. 

Mario Testino para Gucci, Fall Winter 2001 campaing.  Credit: Gucci. 

Todo ello, desembocando finalmente en la gran pluralidad de masculinidades cuyo primer destello fue la aparición del ya mencionado concepto de hombre metrosexual. Este término, acuñado por el periodista Mark Simpson en 1994 en el diario The Independent, se refería a “un hombre narcisista, no sólo enamorado de sí mismo sino también de su estilo de vida. Puede ser gay, hetero o bisexual, pero esto no tiene tanta importancia como que se vea a sí mismo como propio objeto de deseo y placer”

Los modelos sociales son formados por los medios, partiendo siempre de las necesidades que marca una sociedad concreta y sus circunstancias. La aparición de los medios digitales de masas y las redes sociales incentivaron la llegada en los siguientes años de nuevas masculinidades, las ya mencionadas urbesexual, lumbersexual, spronosexual, o el actual hombre deconstruido.

Este último entiende que sus comportamientos, actitudes y opiniones están fundamentadas bajo ideas preconcebidas que pocas veces tienen que ver con la realidad, y a partir de este cuestionamiento crea su propia masculinidad, menos restrictiva y más liberadora. Muy alejada queda la masculinidad metrosexual de los noventa en la que las características que lo diferenciaban, hoy, son la norma. De nuevo, la actual masculinidad deconstruida está estrechamente relacionada e influenciada por la lucha feminista y la lucha queer, en auge desde 2015.

Ya no nos sorprende ver a hombres heterosexuales con las uñas pintadas o luciendo collares de perlas, o que firmas como Palomo Spain, Ludovic de Saint Sernin o el Gucci de Alessandro Michele presenten en sus propuestas masculinas prendas asociadas tradicionalmente a la mujer. 

Palomo Spain Spring Summer 2022 Menswear. Credit: Palomo Spain. 

Pese a ello, hay que ser cautos. La masculinidad tradicional sigue muy presente en nuestra sociedad, especialmente la fascista (cuántas veces habremos oído – ¡Si Franco levantara la cabeza! – al ver como un hombre no entra en los cánones de la masculinidad hegemónica), por lo que no debemos dejarnos llevar por posibles ilusiones de cambio y evolución, cambios que existen, pero que siguen sin ser la norma. 

Esteban Adamuz Sánchez @estevvvvan