Marina Vargas da voz a lo desconocido con 'Anonymous was a woman.'

La galería Fernando Pradilla acoge hasta el 16 de marzo Anonymous was a woman, la primera muestra individual en el espacio de la artista granadina Marina Vargas. Misticismo, denuncia feminista y lo simbólico convergen en la exposición comisariada por Semíramis González.

Fotografías por María Lamuy.

Con un par de clicks en la web es fácil conocer la trayectoria de Marina Vargas y conocer en qué ha estado trabajando desde que inició su carrera artística en el 2001, y ahora llega a la galería Fernando Pradilla con Anonymous was a woman. 

Al entrar por la puerta del espacio, aún conociendo el recorrido de la artista, es difícil estar seguro de qué te vas a encontrar. Lo que había al otro lado era el trabajo de una mujer decidida a arrojar luz sobre lo que en el mundo del arte (y fuera de este también, en realidad) suele estar oculto. Una labor que ha desarrollado de la mano con Semíramis González, curator de la muestra.

La exposición toma su título a partir de una reflexión de Virginia Wolf en Una habitación propia en la que la escritora del XIX exponía: “Me atrevería a aventurar que Anónimo, que tantos poemas escribió sin firmarlos, era a menudo una mujer”. Vargas lleva a cabo una especie de labor de rescatadora de testimonios, vivencias y realidades (tanto propias como ajenas) a menudo pasadas por alto. Y lo hace mediante la pintura, el vídeo, las piezas escultóricas, los dibujos y la fotografía.

La obra de Vargas está cargada de simbolismo y de misticismo; esto se aprecia a lo largo de todo el recorrido expositivo, pero destaca especialmente en sus grandes figuras totémicas que ocupan las paredes de la primera sala de la galería. Figuras compuestas por pequeños fragmentos de papel en los que la artista fue desarrollando distintos dibujos sin un orden ni idea final premeditada; estamos ante una “improvisación” de conceptos que, vistos en conjunto, están cargados de significado. La creadora juega con la idea del proceso como hilo narrativo.

Si bien en es difícil que dichas figuras dejen indiferente al espectador, es casi imposible que la mirada no se te desvíe hacia la escultura serpentina que te recibe nada más pones un pie dentro del espacio expositivo. La pieza, extraña, desconocida, lejana, presenta a dos máscaras mirándose la una a la otra. Se trata de uno de los highlight de la exhibición, y obliga al espectador a rodearla, sin que sea posible verla de forma completa desde ningún ángulo.

Vargas reflexiona en su primer solo show en la galería no sólo con la experiencia femenina, sino también con lo performativo de ella. Utiliza como metáfora de esto último a la máscara, elemento que, en palabras de Semíramis González, “ha sido el habitáculo de la posibilidad para las mujeres a lo largo de los siglos, permitiendo que la ocultación funcionara como subterfugio.” 

Siguiendo este hilo, es en la última sala donde se llega al momento álgido de la exposición. Se trata de “La tribu”, pieza compuesta por un vídeo en el que varias mujeres (de manera anónima, portando una máscara) cuentan sus propias experiencias relacionadas con distintos tipos de violencia ejercidos sobre ellas. Las máscaras, así como la fotografía de cada una de ellas y una frase fragmento de la historia de su portadora, inundan el ambiente. Las piezas intervenidas son de orígenes rituales, mágicos, curativos y protectores, y son resignificadas con los dibujos sobre ellas de la artista, quien las dota de nuevos significados.

Marina Vargas se decide con esta exhibición a poner voz a las mujeres que durante mucho tiempo  han sido forzadas a no tenerla.

Lo ritual y lo simbólico conducen este trayecto que la creadora ha querido cargar de visibilidad y denuncia feminista. Son necesarias este tipo de propuestas en el panorama cultural, y tal y como enuncia Vargas en lenguaje de signos mediante una de sus piezas escultóricas en la muestra: Se acabó.

Carlos Palencia @crlsplnc