“No existe una sola realidad, ya no es solo país para viejos”, Gala Knörr transforma el western con una mirada vasca

Con una mezcla de psicodelia visual, arqueología migrante y humor vasco, Gala Knörr llega a ARCO 2025 dispuesta a dinamitar el imaginario clásico del western. Su propuesta se sumerge en los archivos familiares de pastores vascos en Estados Unidos para resignificar la figura del cowboy desde una mirada íntima y descolonizadora.

Lejos de replicar estéticas del viejo oeste, Knörr se adentra en lo que ha sido ignorado por el imaginario colectivo: los pastores vascos que trabajaron en el Far West, hombres solitarios que documentaron su vida con retratos silenciosos y cargados de historia. A través de pigmentos que llevan usando desde el siglo XIX y narrativas que cruzan generaciones, la artista nos invita a repensar el western como un territorio maleable, abierto a nuevas versiones, cuerpos y acentos.

Tras recibir la Cátedra Frank Bidart 2025 en California State University Bakersfield y participar en las Mahou Talks de Urvanity Art Fair, la artista sigue sumando proyectos que desafían el imaginario convencional. Hablamos con ella sobre su reinterpretación del western, cowboys con txapela, memes y cómo el arte se cruza con las historias que heredamos.

Gala Knörr por @jesusmadrinan via Instagram

Javi Lara – Tu nueva serie en ARCO rescata la figura del cowboy vasco. ¿Qué te llevó a explorar este personaje?
Gala Knörr-
Durante la pandemia me topé con un hilarante video de La Noche de…, un programa de Euskal Telebista, en el que hablaban de la película El desfiladero de la muerte. Mostraban clips de la extravagante manera en que se representaba a los migrantes vascos en el Lejano Oeste: peleando con los nativos americanos a cesta punta y piedras, saltando como Spiderman por las montañas, comunicándose mediante el irrintzi (grito tradicional vasco) a través de los valles, bailando flamenco… Toda esa sucesión de escenas podría ser una pieza de videoarte. Mi padre siempre me hablaba de los pastores vascos de Nevada, así que ver cómo se nos representaba en el imaginario hollywoodiense me pareció bastante curioso y me incitó a investigar más sobre la historia detrás de ello.


J.L – ¿Cómo trabajas con los archivos fotográficos de los descendientes de pastores vascos en América?
G. K –
Comenzó en plena pandemia, cuando estaba en una residencia artística en Tabakalera, en San Sebastián. Viendo uno de los periódicos locales, encontré una noticia sobre Julian Iantzi, uno de los presentadores de televisión vascos más conocidos. En la noticia mencionaban que había nacido en California y que su padre fue pastor. Por supuesto, lo busqué en redes, le mandé un mensaje por Instagram y tuve la suerte de poder hablar con él vía Zoom poco después, mientras practicaba en la cocina antes de empezar su participación en MasterChef Celebrity. Julian me mencionó que su hermana Laura llevaba una asociación llamada Euskal Artzainak Ameriketan (Pastores Vascos en América, en castellano), y que muchísima gente les había donado imágenes de sus familiares. A su vez, Laura me dio el contacto del investigador Koldo San Sebastián, quien tenía imágenes de pasaporte de muchos migrantes vascos que entraron a Estados Unidos por Ellis Island. Visualmente, todo era muy fascinante, asociar la identidad vasca al Western era algo que nunca se me habría ocurrido.

J. L. – Tu uso del color es muy característico y remite al technicolor de las películas clásicas. ¿Cómo eliges la paleta para cada obra?

G. K – Es algo completamente intuitivo. Llevo utilizando esa serie de tintas desde principios de los 2000, cuando estudiaba en la Facultad en Francia. Las tintas lacadas han sido mis compañeras desde entonces, y los pigmentos que llevan son los mismos que utilizaban los impresionistas. Las tengo algo romantizadas, seguramente… son mi relación más duradera. El material original que inspiró la serie de obras western era, en su gran mayoría, en blanco y negro: fotos personales de hombres retratándose a sí mismos, solos frente a una cámara, documentando su soledad y su relación con la naturaleza, y a la vez, su historia de resistencia.No implicaba una necesidad imperial de generar un parecido o una reproducción. Fue algo liberador darme el permiso de contar una historia compartida desde mi hacer individual; una reinterpretación onírica, rozando la psicodelia.. 

J.L. – El western ha sido un género dominado por una narrativa muy concreta. ¿Sientes que tu trabajo es una manera de reescribir esa historia?

G. K –Quizá no se trata de reescribirla, sino de desempolvar partes de ella que no han sido compartidas ni visibilizadas. El western siempre ha explorado, física y alegóricamente, territorios desconocidos. Salirse de la figura totémica y ultramasculina a la que nos ha tenido acostumbradas el celuloide de mediados del siglo XX es necesario. El imaginario western se caracteriza por una elasticidad e hipermoldeabilidad más que evidentes: reimaginarlo para contar nuevas historias diversifica la manera en la que compartimos experiencias que nos unen. No existe una sola realidad, ya no es solo país para viejos.

J. L. – Si pudieras ver cualquier película western reimaginada con un cowboy vasco, ¿cuál sería?

G. K – Los Odiosos Ocho de Tarantino, con acento vasco, boina y bastón, sería brutal. El whisky sería pacharán, y estarían todos intoxicados, cantando la mitad de la película. Pero, como es Tarantino, habría una serie no muy sutil de escenas gratuitamente violentas… que en realidad serían totalmente realistas, porque la época del Far West fue implacablemente cruel.

J. L – ¿Tienes algún referente en el arte o en el cine que haya influido en tu visión del western?

G. K  –Recuerdo haber ido hace un siglo, con mi amiga la artista Kate Finnegan-Prans, a ver Butch Cassidy and the Sundance Kid (1969) en un cine antiguo de París. Visualmente es impresionante, y no solo por el evidente físico de un joven Paul Newman y Robert Redford. La música de la película, compuesta por Bob Dylan, es un personaje más. Pero, más recientemente, una historia que podría ser increíblemente actual, aunque ambientada en el Far West, es El poder del perro, de la impresionante Jane Campion.

J. L. – En una época en la que las imágenes circulan de forma instantánea, ¿cómo piensas que ha cambiado la manera en la que consumimos arte?

G. K – Ya no se va solamente a los museos y galerías a ver exposiciones; ahora podemos
sumergirnos online y ver destellos de los procesos, ideas y vidas de los artistas. Ya no hay tanto misticismo ni secretismo en torno a la figura del artista, algo que me parece positivo. Los artistas somos seres increíblemente imperfectos… pero he de decir que un poquito de misterio siempre hay que conservar.

J. L. – Has sido galardonada con la Cátedra Frank Bidart 2025. ¿Qué significa para ti este reconocimiento?

G. K –Estoy respondiendo a esta entrevista desde mi estancia en la California State University Bakersfield como la Cátedra Frank Bidart 2025. Lo mínimo que puedo decir es que es algo surrealista: vivo en un cuadro de Ed Ruscha, Merle Haggard es el héroe folk de la ciudad, y la comunidad local de vasco-norteamericanos habla euskera mejor de lo que yo hablaré nunca. Para mí, obviamente, es un honor estar aquí, polinizando ideas, descubriendo conexiones entre identidades, imaginarios, historias… Mi curiosidad es infinita.

J. L. – Has trabajado con distintos medios como la pintura, el video y la performance. ¿Hay alguno con el que te sientas más cómoda o te guste explorar más?

G. K –La pintura es el alma de toda mi práctica, pero me gustaría escribir más, ser algo más valiente, aprender a mantenerme en calma cuando las cosas nuevas que intento implementar en mi obra me dan vértigo. Soy una tímida en cubierta.

J. L. – ¿Cuáles son los próximos proyectos en los que estás trabajando después de ARCO?

G. K – Lo más cercano, a mi regreso de Estados Unidos, es la presentación de la exposición colectiva que celebra el 25o aniversario de la Galería T20, con quien llevo trabajando en España desde 2019. Curiosamente, la muestra se llama La Noche Americana… jaja, juro que no estaba planeado.También voy a empezar la producción de un nuevo proyecto pictórico para mi primera exposición individual en Extremadura, en el Espacio Santa Catalina en Badajoz, una antigua iglesia reformada como espacio positivo, donde recientemente han expuesto artistas como Alberto García-Alix, Juana González y, más recientemente, Jorge Galindo. Para mí, va a ser un reto, y tengo muchas ganas.

Javi Lara @_javilara