La odisea de Gerwig o la tragedia de las muñecas de Mattel

El brillante universo de Barbie esconde una meditada reflexión en clave de sátira, que tiende un pulso al sistema de valores patriarcal al tiempo que pincela un poderoso retrato de la vivencia femenina.

El relato de Gerwig arranca con la prototípica fantasía del feminismo occidental, que ensalza la capitalización de la lucha y proclama un utópico escenario de emancipación femenina. Miles de niñas en todo el mundo deben su felicidad y consagran sus sueños a la muñeca Barbie, adalid del empoderamiento de la mujer. En Barbielandia todas las Barbies cumplen una función: Barbie doctora, Barbie reportera y hasta Barbie presidenta.

Las muñecas defectuosas son sistemáticamente apartadas para que el resto de Barbies puedan convivir en armonía en un idílico mundo de rosa y purpurina. Todo ocurre de manera equilibrada, como si una mano invisible pautara el monótono transcurso de sus días. Nadie en Barbielandia contempla la existencia de una realidad más allá del rosa de sus mansiones o el jolgorio de sus fiestas. Nada parece capaz de alterar su despreocupada existencia.

Nuestra protagonista, Barbie estereotípica -la Barbie “en la que pensamos cuando pensamos en Barbie”- no juega ningún rol más allá de ser amable, espléndida y, en resumidas cuentas, genuinamente funcional. Se despierta, desayuna, saluda a las otras Barbies mientras pasea por la ciudad, se asoma a la playa y regresa a su hogar para una fiesta con el resto de muñecas. Ken, en cambio, es solo Ken. Su escueto proyecto existencial se acopla a los deseos de la muñeca: vive por y para ella y a diario se esfuerza -inútilmente- en perseguir su atención y afecto.

Un día, Barbie despierta de su fútil relato de ensueño y comienza a verse asediada por pensamientos intrusivos al respecto de la muerte y atacada por problemas físicos, alimentando sus sospechas de haberse convertido en una versión defectuosa de sí misma. Es ahí cuando descubre que su destino está en el mundo real y que ha de enfrentarse a una suerte de periplo existencial para sobrellevar los males que la atormentan. 

El viaje de Barbie a la vida contemporánea se nos asemeja a una odisea moderna, que conecta la fantasía neoliberal de un mundo “regido por mujeres” -y que opera, de nuevo, desde la ficción inmanente- con el mundo físico, asolado por toda la problemática capitalista, las lógicas de género y un largo etcétera. Es decir, en su viaje, nuestra protagonista deja atrás la falacia prometida para asomarse al triste mundo de los mortales. Su huida es también una ruptura o toma de conciencia, un momento de lucidez. Este viaje, no obstante, no lo emprenderá sola: Ken, en un desesperado intento de presumir su valía, decide acompañarla.

Aunque en una primera instancia no podríamos señalar ningún acento transgresivo en su huida de Barbielandia -pues lo hace forzosamente y a regañadientes-, a medida que se integra en las estructuras del mundo real, Barbie va experimentando el desencanto de la mujer moderna y desentrañando las costuras de su experiencia íntima. El film de Gerwig es extremadamente agudo en sus metáforas y emplea la sátira con apabullante precisión.

Poco a poco, Barbie comienza a hacerse preguntas: se cuestiona por qué los hombres la perciben como un objeto sexual; también, por qué la fábrica de Mattel está regida única y exclusivamente por figuras masculinas si su propósito es hacer felices a miles de niñas en el mundo. No obstante, solo el encuentro de la muñeca con una estudiante de instituto llamada Sasha es capaz de remover sus emociones y romper, definitivamente, con su personaje. La joven interpela a Barbie para acusarla de comercializar la opresión femenina y promover unos cánones de belleza inalcanzables, asistiendo al desconcierto de la protagonista y desencadenando en ella una crisis nerviosa.

¿Y qué hace Ken mientras? Aprender lo aprendido por otros hombres y asistir, maravillado, al poder del que dispone en este nuevo mundo. Gerwig se recrea en la definición de Ken estereotípico como un ser ingenuo y desposeído de maldad para hacer de su radicalización un evento, si cabe, aún más alarmante. Rotundamente asfixiado por sus flaquezas personales, anhela el respeto que el mundo real le concede. Es ahí cuando descubre el significado de patriarcado y rápidamente se apodera de él. Decide entonces trasladar esta “forma de gobierno” al mundo de Barbie y articular su proyecto de venganza personal: Barbielandia entra en crisis y las propias muñecas devienen en cómplices del nuevo orden patriarcal.

A partir de ahí la película gira en torno al regreso de Barbie a su hogar, en una lectura cíclica del viaje. Luego de su incursión al otro mundo, ella es la única capaz de abrir los ojos frente a la injusticia y subsanar el desequilibrio del reino de las muñecas, salvando su paraíso particular de la invasión de los “Kens”. Es el paralelismo que se traza con nuestra cotidianeidad lo que nos fascina y acerca a su relato. Gerwig no da ni una pincelada al aire; tampoco deja títere sin cabeza. Aunque todo está medido con cautelosa mesura, logra dibujar un exuberante universo pop, deliciosamente inconexo

El film combina momentos de comedia hilarantes con otros de crítica feroz. Gerwig tiende su ofensiva a las grandes multinacionales que se abanderan del movimiento feminista, pero también al hombre de a pie, a sus formas y su silenciosa opresión. Sin encasillarse en una definición monocolor de los tipos dibujados, apuesta por una paleta de grises en que todos los personajes son -de una u otra manera- partícipes del conflicto. Arreglando esta escisión en dos mundos, consigue elevar su sátira al último nivel, exponiéndola a modo de fábula simplificada en Barbielandia y ahondando un poco más en su problemática en el escenario real. El tránsito de Barbie y Ken se traduce en la ruptura con la fantasía neoliberal pero acaba por resolverse en una suerte de manual de actuación -caricaturizado, obviamente- para la mujer moderna.

Tal vez lo brillante de Barbie sea que se trata de una película a contemplar desde varios prismas. Por un lado, tenemos un diálogo que, aún rozando el absurdo casi en la totalidad del film, no peca en ningún momento de empalagoso. De alguna manera, a medida que despliega todo su potencial, nos acostumbramos a su jerga, entendemos su abstracción. Nos adentramos en la reflexión y ocupamos un lugar dentro de ella: es atractiva, que no cómoda, pero también coherente y equilibrada. Que la directora rehúya los clásicos códigos fílmicos y se arriesgue a introducir alguna que otra fórmula más innovadora -como la ruptura de la cuarta pared en que se añade una “nota para la autora” o la manera que tiene de adoptar en su gesticulación los típicos juegos de muñecas- es siempre una delicia para aquellas de nosotras que nos hemos visto privadas de un modelo de representación propio.

Por otro lado, cabe hablar de una reflexión multilateral: Barbie es, al mismo tiempo, víctima y verdugo. Víctima de la tragedia colectiva de las mujeres pero también responsable de su perpetuación. Verdugo necio o silencioso, pues ella cree ser su salvadora. Entonces, ¿hace su ignorancia menos culpable a Barbie? O, por el contrario, ¿su estado de alienación inicial no es una justificación válida? Y, en última instancia, ¿no es Mattel el responsable de la desgracia que es su existencia? Barbie es un producto, aparentemente perfecto pero profundamente trágico, y es precisamente su problemática la que nos hace mirar más allá y cuestionarnos quién es el verdadero culpable. La película aúpa la idea de colectividad para las mujeres y demuestra que la lucha va mucho más allá de nuestros lindes de acción aunque requiera, intrínsecamente, de unidad.

Barbie es también un diálogo con nuestro “yo” del pasado, un abrazo a los sueños que no logramos cumplir y a todas las versiones de nosotras mismas que dejamos atrás. Es una toma de realidad al tiempo que una despedida. La obra de Gerwig es capaz de desmontar un mito sin herirnos, y lo hace integrándonos en él, consolándonos a ratos. Barbie es, en suma, todo aquello que nos debían. Lejos de la autocomplacencia, es una disculpa, una conciliación sincera.

María Rozados Balboa @mariamevoy____