"Priscilla": Sofia Coppola reescribe la historia

Las historias no son siempre como las cuentan y Coppola lo sabe bien. Los Presley, como nunca antes, en “Priscilla”, lo nuevo de la directora.

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La cara oculta de algunos de los personajes más famosos del mundo no es siempre la más famosa (ni la más bonita). “Priscilla”, la nueva película de Sofia Coppola, es prueba de ello. Este esperado biopic de Priscilla Ann Beaulieu Presley, la esposa del rey del rock and roll, Elvis Presley, es el cúlmen de la obra de Coppola: estéticamente perfecto, narrativamente correcto y enmarcado en un aura de sofistificación que, poco a poco y a lo largo de la película, va en decadencia. 

En este devenir de destinos y caminos cruzados, pasando por Alemania y Estados Unidos, nos encontramos con una historia muy conocida y admirada: la de Elvis Presley. No tan conocida y, muchas veces, olvidada, es la historia de su esposa, Priscilla Presley. Pero Priscilla no fue nunca, ni es, simplemente eso. Siempre fue mucho más. Le dejasen o no. Sin permiso o con él. 

Es esta la historia que recupera Coppola y que la encumbra, una y otra vez, como la gran directora que es. Supone, además, un gran contrapunto a la película de Baz Luhrmann, en la que Austin Butler da vida al personaje. 

Una fotografía algo oscura y con muchos contrastes nos cuenta la historia de Priscilla, a la que da vida una brillante Cailee Spaeny, una sencilla niña que un día topa con el mismísimo Elvis, interpretado por Jacob Elordi. Unos actores muy bien escogidos y que encarnan a la perfección sus papeles. Cuesta recordar que no son los de verdad.

A veces, mientras ves la película, se hace difícil recordar que está basada en hechos reales. “He visto mi vida a través de ti” le dijo la mismísima Priscilla a Cailee Spaeny. Lo que empieza siendo un idílico cuento de hadas, termina siendo una historia con un trasfondo crudo, mucho machismo de la época y una crítica hacia el materialismo y mercantilización de la imagen de la mujer para la creación de la reputación de un hombre. 

Peinados infantiles y vestidos con vuelos dejan paso a peinados cardados, maquillajes oscuros y un pelo negro, casi vaticinio de lo que, desgraciadamente, se veía venir. La inocencia da paso a la más dura realidad. Es el “ni conmigo ni sin mí” hecho película.

La historia de Priscilla no es una historia fácil. Tampoco de contar. Es una historia de cosificación, de deshumanización y de infantilización de una mujer a la que se le arrebata todo atisbo de personalidad propia y se le dan una serie de directrices que, sí o sí, debe seguir. Es la historia de una superviviente, qué si no.

Dirán las malas voces que se lo buscó, que ella sabía lo que había, que ella lo eligió… pero la realidad es otra: una niña encandilada por un personaje mundialmente conocido, con una posición de poder, que la usa casi como “sustituta” de esa madre que le falta. La engaña, la usa, la llega incluso a drogar.

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¿Es “Priscilla” una historia de amor? “Prisicilla” es la historia, y la voz, de millones de mujeres de esa época, relegadas a ser madres y amas de casa y despojadas de sus anhelos y ambiciones, incluso de sus más ardientes deseos. Es una historia de soledad y traición, de adicción y veneración, de idealización y corazones rotos. Es la historia del desequilibrio de una relación, tanto por edad como por vivencias y personalidades.

Incluso esto consigue plasmarlo Coppola, mostrando muy pocas veces primeros planos de Elvis, mostrándolo en contrapicados o en imágenes lejanas, enteras. ¿Priscilla? Planos picados e incluso cenitales. Muy al detalle. Casi como si viéramos su alma a través de sus ojos. 

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A lo largo de la película, vemos el brillo en los ojos desaparecer de la cara de la joven. Hasta tal punto que vemos una mujer abnegada a su ser. Algo totalmente a lo que se hacía ver al público y al planeta entero. La brillantez de la fotografía y la dirección artística queda en segundo plano con la excelente interpretación de los actores. ¿El acento de Jacob Elordi? Más que clavado. 

Casi toda la escenografía se basa en la casa de Elvis, Graceland, su jaula de oro, a la que Priscilla se vio anclada, como si de su propio infierno se tratase. Es un viaje hacia la emancipación de la propia Priscilla, después de mucho sufrimiento, un embarazo y la pérdida de la inocencia y una infancia.  “Llevaba la ropa, el peinado y el maquillaje que él escogía cuidadosamente para mí”, contó Priscilla años más tarde en una entrevista a la revista People.

Austin Butler como Elvis en la película de Baz Luhrmann

Cuesta creer que la protagonista fue luego una de las más cuidadosas reivindicadoras de la imagen y el legado de Elvis, pero esto nos hace pensar en el poder de la sociedad patriarcal de la época y en cómo esta mujer tuvo que reencontrarse a sí misma. 

Coppola consigue magistralmente inmiscuirnos como espectadores en la vida de esta pareja. Casi hasta hacernos partícipes. No termina de resultar dura, pero tampoco es alegre. Deja un sabor agridulce en la boca. Es la caída de un mito, el éxtasis de una película visualmente preciosa y la historia de una niña hecha mujer a la fuerza. Es Sofia Coppola en su más pura esencia. 

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Xiana Fernández @xianafernandezz